‘Errar es de humanos, pero echarle la culpa a los demás es mas humano todavía‘. Esta frase atribuida -entre otros- a Charles Chaplin, y que popularizó Les Luthiers en su puesta en escena, representa de manera clara la falsa virtud que tenemos los homínidos racionales de no reconocer nuestros propios fallos. Si se quedara ahí, en la negación, la cuestión se ceñiría al prestigio e imagen propios, poniendo en riesgo valores individuales sin necesidad de recurrir a terceros que ‘pasaban por ahí’. Sin embargo, la realidad demuestra que reconocer un traspié es una quimera, y si se diera su aceptación, ésta iría acompañada de la inculpación de un elemento externo.
Pocos años pasaban del recién inaugurado Siglo XVIII cuando Felipe V creó el cargo de maestro armero. Por aquel entonces, la tecnología y la innovación seguían su curso y el fusil empezaba a hacerse paso a las picas. La novedad del elemento balístico, sus disfunciones y el desconocimiento del funcionamiento, hacían que la regia figura de nueva creación tuviera una alta demanda, incluido cuándo su papel no era necesario. Tal era el volumen de peticiones e intervenciones, que se empezó a convertir en el comodín que todo lo sana, y de ahí la frase todavía hoy vigente de ‘reclamar al maestro herrero‘.
Tres siglos después, la innovación y la tecnología avanzan como les corresponde a la época en la que nos movemos y, por lo que percibimos, el maestro armero se ha convertido en informático. Del arte de la balística en 1703, a la informática en 2022. 319 años que han servido para entender que, si hay algo tozudo y permanente, es la naturaleza humana y su capacidad innata de culpar a alguien o a algo -a poder ser difuso- en disimulo de sus propias carencias. El tiempo pasa, la creación evoluciona, pero el hombre se comporta como ya lo hicieron sus predecesores.
Un ‘error informático’ es posible, y se da, pero no incluye la incompetencia de quién se enfrenta a la tecnología sin los conocimientos mínimos que se requieren. Culpabilizar con ligereza a ‘la informática’ de tu propia torpeza, no solamente retrata al que señala, también pone gratuitamente en duda la profesionalidad y el trabajo de informáticos, ingenieros, matemáticos, tecnólogos y muchos otros perfiles que están día tras día trabajando para, precisamente, adaptarse a la ineptitud de aquellos que deberían estar obligados a conocer los sistemas que se les pone a disposición para ejercer su trabajo.
Hablando desde el conocimiento, el colectivo que las 24 horas del día, 7 días a la semana, trabaja para mantener, evolucionar y tener a punto los sistemas de información de administraciones y empresas, es un colectivo silencioso. Poco dado a protestar, raramente prestado a gallardear y más bien caracterizado por aplicarse y vanagloriarse de sus éxitos en privado. Utilizar expresiones fáciles, frases hechas o, como es el caso, axiomas falsos, es una injusticia que afecta a personas, precisamente a aquellas que están facilitando que vivamos mejor, de forma más cómoda, con más oportunidades y haciéndonos cada vez más semejantes. Desde aquí mi admiración y respeto a los que se sienten señalados detrás del manido ‘error informático’, y mi desprecio a quiénes ocultan su ignorancia trasladando la responsabilidad a otros.
