No soy un revolucionario, soy un ‘evolucionario’. Esta frase, que nos es mía, aunque bien me gustaría que así hubiera sido, se la escuché este viernes a Oliver Stone durante una entrevista que concedió con motivo de la presentación de su última película ‘Wall Street: El dinero nunca duerme‘, que, sin haberla visto, estoy seguro que sacará los colores a más de uno, o no, que la vergüenza, en algunos, es lo último que se pierde, faltaría más.
Lejos de pretender ahondar en la crítica del sistema, que casi con total seguridad borda el director neoyorquino, sí que me gustaría profundizar en la frase que tan fiel reflejo puede proyectar en muchos de los que ahora nos encontramos trabajando en medios que antes resultaban simpáticos, y que ahora despiertan un recelo que nunca fue tan acentuado como está resultando desde el inicio de lo más virulento de la crisis, factor nada despreciable.
Antes de nada, aclararé que no me considero un revolucionario, es más, me parece un término ridículo y, lo que es peor, muy poco inteligente, entendiendo que, si he hecho algo parecido en mi vida es ser ‘evolucionario’, que viene confundiéndose reiteradamente con el término extremista y, en imagen mental, bananero.
Un ‘evolucionario’ es aquel que no siente apego por el sillón, morada de aquel que sí que trata de ver en la evolución la revolución, momento en el que se complica la existencia y aparece como enemigo de aquel que entiende que la capacidad de cambiar y, sobre todo, de adaptarse, es la única forma de supervivencia en unos tiempos en los que lo que hoy vale, mañana tienes que pagar para que se lo lleven, así de claro, siendo, en la casi totalidad de los casos, el evolucionario el que tiende la mano de la concordia, con el consiguiente riesgo de recibir un mordisco, claro que, siendo sinceros, todavía no es la ‘mano que te da comer’, y, por tanto, aun está permitido hincarle el diente.
Seguiré siendo un evolucionario, un diplomático, que tratará de crecer y hacer crecer todo lo que esté en mi mano, con orden, siguiendo el fluido de los tiempos, lejos de los revolucionarios y cerca de aquel que crea en la transformación de las ideas, de las teorías, y que se mueva en la flexibilidad que, de forma tan exigente, nos están imponiendo los tiempos.
La frase esta bien, pero solo eso. :))
Es mejor leer cómo ha evolucionafo la frase en tu desarrollo, y eso está mejor.
El evolucionario mira al futuro, se anticipa, asimila y proyecta, marca tendencia y no solo se adapta sino que arrastra hacia el cambio. Buen concepto.
Pues yo creo que en estos tiempos de respuestas medidas, formalidades hasta la naúsea, corrección hipócrita y pocas ideas, es bueno entonar el adjetivo «revolucionario».
Vayamos a la RAE: «partidario de la revolución» (cambio rápido y profundo en cualquier cosa).
¿No?
Y si de paso alguien se molesta, pues mejor, que sintamos que estamos vivos!!!
A las barricadas, je je.
Es complicado clasificarse a uno mismo pero demuestra mucho de una persona y su enfoque personal hacia la vida.
¿Y por qué no ser las dos cosas?
Hace unos días leí un símil muy interesante en el que se explicaba que se puede mejorar evolucionando, como quien sube una montaña, pero que los revolucionarios pueden encontrar montañas más altas, que les sitúen más arriba en menos tiempo, con una pega, claro, el índice de fracasos es enorme (En el artículo lo usa para explicar el desarrollo de Google, y porqué fracasa en algunos temas: http://www.core77.com/blog/columns/design_without_designers_17587.asp).
Yo creo que los revolucionarios necesitan a los evolucionarios para hacer viables esas innovaciones. Los primeros las encuentran, pero luego hay que mejorarlas, tirar del carro. Y los evolucionarios necesitan a los revolucionarios para proporcionarles nuevas metas. No las descubren, pero tienen la visión como para acoplarse a ellas.
Perdón por el tocho 😉
Salud, Germán!
Una pregunta: ¿la brújula aquella que te regaló tu ex no la dejarías junto a un imán o algo asi, no?
🙂